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Masacre de cromañón 21 años, el fuego se apago pero sigue siendo voraz

A 21 años de la Masacre de Cromañón, la memoria vuelve a concentrarse en el mismo punto donde todo cambió. El santuario, ubicado en el pasaje hoy peatonal que fue la calle de ingreso a aquella fiesta, permanece abierto como espacio de duelo, denuncia y resistencia colectiva. Allí, las velas, las banderas y los nombres siguen hablando cuando el silencio pesa.

En ese camino de memoria activa, Nilda Gómez, titular de Familias por la Vida, sostiene desde hace años jornadas de prevención y reeducación orientadas a promover medidas concretas para divertirse en lugares seguros, poniendo en el centro el derecho a la vida de todas las personas. La militancia no es solo recuerdo: es acción para que la tragedia no se repita.

La organización también impulsa el Museo Memorial Familias Por La Vida en Av. Bartolomé Mitre 2815, oficina 140, primer piso, Balvanera., un espacio donde se preserva información detallada de cada una de las 194 víctimas. Allí se reúnen documentos, relatos, objetos y aportes que familiares y sobrevivientes fueron acercando con el tiempo, construyendo una memoria colectiva que trasciende el homenaje y se vuelve herramienta pedagógica y social.

El fuego no se apaga y cada día es más voraz. Con los años, a las ausencias de aquella noche se sumaron otras pérdidas: padres y madres que no resistieron el dolor, sobrevivientes atravesados por secuelas físicas y emocionales, muertes por enfermedades, suicidios o por la creencia íntima de volver a unirse con sus hijos, hermanos y amigos. Cromañón no terminó en 2004: sigue doliendo y sigue interpelando.

Por eso, CROMAÑÓN NUNCA MÁS no es una consigna meramente representativa ni un lema que se repite en cada aniversario. Es una causa viva, activa y profundamente política social, que exige memoria para no olvidar, verdad para reconstruir lo ocurrido, justicia para que las responsabilidades no se diluyan y políticas públicas de prevención que protejan la vida por sobre cualquier interés económico.

 

Mantener el santuario a cielo abierto, en el mismo pasaje donde se ingresó a aquella fiesta, no es un gesto simbólico: es una decisión pedagógica y social. Es permitir que alumnos de escuelas, familias y jóvenes lleguen, conozcan, observen y comprendan qué ocurre cuando el cuidado es reemplazado por la desidia, cuando los controles fallan y cuando los empresarios de la noche priorizan la ganancia por encima de la seguridad. Ese recorrido, ese contacto directo con la memoria, transforma el dolor en conciencia.

Sostener el museo y mantener vivo el santuario es multiplicar el mensaje. Es convertir la memoria en una herramienta de prevención, en un acto permanente de reeducación colectiva. Es afirmar, una y otra vez, que la diversión no es un daño colateral, que no es negociable, y que divertirse jamás puede implicar poner en riesgo el derecho fundamental a volver a casa. Porque mientras haya memoria activa, Cromañón Nunca Más sigue siendo un compromiso con el presente y el futuro.